Se veía venir. El coche empezó a hacer unos ruidos como los que hace un motor Perkins diesel de 1976.

Ese "tactactac-tac-tac-tac" constante en el motor que bien pudieran ser las válvulas golpeando la tapa, el cigüeñal con ciertas holguras o una caja de tornillos suelta por el cárter... Cada amigo de esos de "eso-seguro-que-es-de-los..." me decía una cosa diferente...

El coche andaba, pero la emisión de humos ya no era ni blanca, ni negra, ni azul; ni siquiera todo lo contrario. Además, olía MAL. Mira que es difícil que el humo de un coche huela diferente de lo que es humo de un coche, pero no: este olía mal. Una mezcla de pástico quemado, pegamento, tierra, aceite... en fin... una sinfonía de luz y olor...

Recuerdo aquella vez que llevé al mecánico de un taller cercano a que lo viera, el pobre hombre se sentó mientras yo le decia: "no, si el coche arranca perfectamente a la primera". El mecánico giró la llave, aceleró, miró para el tubo de escape, escuchó el motor... y salió despavorido balbucenado "Este motor no me atrevo a abrirlo! Este motor no me atrevo a abrirlo! Busca alguno por un desguace...!"

Y allí quedé yo, al lado del Sierra, con la puerta abierta, con las llaves colgando en la mano, mirando ora al mecánico alejarse, ora al coche expectante...

Total, lo aparqué donde no estorbara mucho, me fui a tráfico, lo dí de baja, saqué el Alpine y la bandeja de 600 W con filtros pasivos como pude y volví a llamar por tercera vez en mi vida a Desguaces la Torre, los cuales vinieron prestos a por semejante cacharro.

De éste no puedo decir "que se pudra en el desguace", porque ya llegó podrido...